I. El viejo Gregor

La genética es un campo del conocimiento con el que convivimos indirectamente día a día. La mayoría de la gente ha usado la palabra “gen” o “genes” en algún momento de sus vidas, sobre todo a la hora de hablar de cualidades o características que suponen heredables. Muchas veces no se usa de forma literal sino como una expresión y al final nos acabamos entendiendo, que es lo importante.

En esta serie de artículos voy a intentar explicar un poco más lo que es un gen, como funciona la herencia de los mismos y como su herencia afecta al conjunto de caracteres visibles de un individuo.

Para empezar a hablar de genética, creo que deberíamos remontarnos al siglo XIX. Este siglo fue bastante importante para lo que es la biología en general y la genética en particular. Por un lado, Charles Darwin publica “El origen de las especies”, libro en el cual se habla de la selección natural y de cómo las especies que existen hoy en el planeta han llegado a ser lo que son. Por otro lado, Gregor Johann Mendel, a partir de una serie de trabajos, escribe las leyes de Mendel, tres principios que hablan de la heredabilidad de los caracteres en los individuos.

Aunque gracias a los avances en genética parte de la teoría de Mendel ha caído en desuso por ser demasiado general, es un buen punto para empezar a hablar de este campo del saber tan extenso como complejo. A partir de las leyes de Mendel comenzó el estudio de la genética que nos ha permitido llegar a donde estamos hoy. A partir de estas mismas leyes comencé a conocer la genética. Así que a partir de ellas comenzará este conjunto de artículos que permitirán a cualquier persona acercarse un poco más al mundillo.

 

Estas cuatro letras nos van a ayudar a hablar de genética en profundidad, así que estad atentos.

A a                B b

Cada una de estas letras representa un alelo. Aunque se asemeja a otra palabra, no os preocupéis, no es un insulto. Un alelo es cada una de las variantes que puede tener un gen. La letra “A” en este caso representa a un gen y la letra “B”, a otro. Puede haber alelos diferentes para un mismo gen, de ahí que haya una mayúscula y una minúscula. En este caso, además de la existencia de alelos diferentes, estas letras también nos ayudan a explicar una cualidad que vio Mendel en los alelos de un mismo gen. A veces unos dominan sobre otros, es decir, hay alelos dominantes y alelos recesivos. Fuertes y débiles. “A” y “a”. Esta distinción es importante porque muchos organismos tienen dos cromosomas que forman una pareja y en cada parte de la pareja existe una copia de un mismo gen, un alelo. Lo que ocurre es que cuando en una de esas copias tenemos un alelo dominante y en la otra uno recesivo, las cualidades que se ven reflejadas físicamente en ese ser vivo (su fenotipo) provienen del alelo dominante.

En definitiva, según Mendel, el conjunto de alelos de un organismo y la relación de dominancia entre ellos (genotipo) determina qué cualidades se expresan en el organismo (fenotipo).

Un gran ejemplo es el caso de estudio del propio Mendel, los guisantes. Gregor se dedicó a cruzar guisantes de colores diferentes entre sí para tratar de conocer qué hacía que algunos fueran verdes y otros amarillos.

Así, Mendel cruzó los guisantes de ambos colores y como resultado obtuvo plantas cuyos guisantes eran únicamente amarillos, es decir, el alelo amarillo (A) dominaba sobre el verde (a). Básicamente consiguió individuos que definimos como heterocigotos: Aa. Para que todos los individuos fueran así los parentales tenían que tener los dos alelos iguales, es decir, tenían que ser homocigotos. La aportación de alelos por parte de los parentales (AA y aa) provocó lo siguiente.

Si estos individuos, los pertenecientes a la primera generación de hijos (F1), los volvemos a cruzar entre sí, conseguimos una proporción de individuos como la que se muestra en la tabla:

Como se puede observar, uno de cada cuatro individuos es homocigoto para el alelo dominante “A”, resultando en guisantes amarillos; dos de cada cuatro individuos son heterocigotos (Aa) por lo que serán también amarillos y, por último, uno de cada cuatro individuos será homocigoto para el alelo débil “a”, resultando en guisantes verdes. Esta distribución siempre se cumple cuando se genera una segunda generación de hijos (F2) siendo los padres heterocigotos para un gen.

Esta teoría de los guisantes se puede aplicar para muchos rasgos, no solo de plantas, sino también de animales. Jugando con estas tablas podemos entender por qué padres de ojos marrones tienen un hijo de ojos claros. Toda la genética mendeliana funciona así. Esto se puede extender a un mayor número de genes y un mayor número de individuos, pero así son las bases.

Las preguntas ahora son: ¿Un solo gen define por completo una característica de un ser vivo? ¿Es la genética lo único de lo que dependemos a la hora de convertirnos en lo que somos? ¿Tiene esto alguna utilidad práctica? Ahondaremos un poco más en estas cuestiones más adelante.

Hasta entonces, descansad, hidrataos y protegeos del calor.

Jorge Sánchez Muñoz – Técnico Especialista en GC Genomics GmbH

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